AHORA ES CUANDO

Siempre he tenido una resistencia a las formas partidista de militancia, y a formar parte de colectivos que despliegan todo tipo de medios (éticos y no éticos mientras se emparen de lo legal) para administrar y mantenerse en el poder. Pero soy, aún más resistente a la idea de una política dualista, de amigos y enemigos, que se funda en la descalificación permanente de unos a otros, y en el desmantelamiento absoluto de los valores (ejemplaridad, humildad, respeto, reflexibilidad) que permitirían un real ejercicio de la política entendida como el “arte del convivir” y del “mandar obedeciendo”.

Soy en este sentido, un auto marginado de un sistema electoral pobre y empobrecido, donde es cada vez más común tener que votar por el “menos malo”, y esperar que después de todo nada cambie radicalmente, porque en el dominio de un diálogo de sordos, de acusaciones, de populismo y de matinales, al que tristemente nos hemos acostumbrado, no es posible un proyecto común que nos contente y nos una. Por eso ha sido mejor desvelarse y trabajar por una sociedad civil, la cual desde la urgencia y el anonimato intenta corregir día a día las dolorosas secuelas de una economía de mercado, que asume a diario como costos colaterales de funcionamiento la destrucción de pequeños ecosistemas psíquicos, familiares, comunitarios, medioambientales.   

¿Puede la política ocuparse realmente de estas secuelas y espacios?  Sí, pero no la política de los intereses y el cálculo, para ella la premisa sigue siendo “demasiado pequeño para poder ocuparse, demasiado grande para no ocuparse” por eso resulta tan frecuente y decepcionante ver las ayudas y concesiones a las grandes empresas, al tiempo que se condicionan las ayudadas a los pequeños, a los marginados y más aún a los que no votan (inmigrantes no documentados, presos, menores de edad, etc.).     

Todo seguiría igual, de la política de los acuerdos (Aylwin), a la política de las concesiones  (Lagos), a la política de las Comisiones (Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera) si es que no hubiese emergido ese episodio excepcional del 18 de octubre pasado (2019), que lo ha cambiado todo, no en el sentido lineal y progresivo del tiempo, sino más bien en términos de la consciencia, de ya no es posible seguir así y de que es imperioso instalar nuevas formas, nuevas lógicas de gobierno, nuevos liderazgos y posiblemente nuevas instituciones.  

Es en este tiempo, fuera del tiempo, y en esta aceptación incómoda del caos, de la indeterminación, de la difusión de aquellos límites que pensamos eternos y esenciales. Donde se ha abierto la posibilidad única de reescribir nuestra historia, de iniciar un proceso constituyente, es decir, fundante. Una posibilidad real de avanzar hacia los consensos necesario para superar una política estática y dualista, incapaz de integrar la diferencia y las urgencias de una sociedad contradictoria y plural. Se trata entonces de pasar, de un único mundo compuesto por elementos completamente definidos e inmutables y relaciones fijas, a pensar en términos de un “universo diverso” en permanente formación, configuración y transformación (Najmanovich. 2018).

Tenemos la posibilidad al menos, de un “mundo otro”, pero para esto es necesario desplegar no sólo conocimiento técnico, ni discursos, sino voluntad real de entendimiento y el cultivo de una nueva racionalidad integradora. El futuro es incierto y si ponemos todas nuestras esperanzas sobre los párrafos de una carta magna habremos perdido la real posibilidad de mediación, imaginación, y reconciliación que supone el proceso constituyente. El futuro se juega en el cómo, como nos ha recordado Adela Cortina, en las posibilidades de acercamiento, diálogo y reconciliación social que tanto necesitamos. La culpa no está tanto en el modelo, sino en nuestros modos de relacionarnos y en la pérdida de una consciencia de lo que verdaderamente nos nutre y une.

Por eso no puedo restarme de ser parte y de sumarme desde mi lugar (silencioso y modesto), a la causa de este grupo de independientes no neutrales, que han logrado posicionar una plataforma articulada no solo desde el desencanto, sino más bien, desde el trabajo activo por validar nuevas cartografías, voces y liderazgos. Aquí, se inicia y se juega nuestro verdadero poder constituyente y la ilusión cierta de llegar a un nuevo escenario que trastoque las formas convencionales (e insuficientes) de ser-hacer política.       

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